American Beauty. Sam Mendes, 1999
Lester Burnham (Kevin Spacey), un cuarentón en crisis, cansado de su trabajo y de su matrimonio, despierta de su letargo cuando conoce a una amiga de su hija, a la que intentará impresionar a toda costa.
Pero la película es mucho más, es una irónica y mordaz reflexión sobre los sueños y aspiraciones de la clase media americana, una crítica ácida al “sueño americano”. Todo en esta película es perfectamente imperfecto. Y precisamente ahí radica su novedad y su frescura. Esta película resume algo que en las vidas de hoy en día es más que una realidad en la vida de muchas familias: la hipocresía de las relaciones entre sus miembros.
El guión de Alan Ball nos impacta desde el comienzo con la voz en off del protagonista (“Tengo 42 años. En menos de un año estaré muerto. Por supuesto, yo todavía no lo sé, pero en cierto modo yo ya estoy muerto”). Luego, la secuencia de presentación del barrio y de la casa: American Beauty transforma al espectador en un voayeur, al tiempo que nos lleva a formar parte de la familia.
Unas actuaciones brillantes; un guión único, lleno de simbologías, que funciona perfectamente tanto como comedia o como drama; una buena banda sonora, y unas cuantas escenas que ya son parte de la iconografía del cine actual.
Pero American Beauty también presenta un mensaje de oportunidad, de cambio, de volver a empezar desde cero. En ese sentido, el final me recuerda un poco al de Manhattan, de Woody Allen: al final Woody cita cosas y personas para que la vida valga la pena. Y aquí, Lester también cita cosas hermosas, para que veamos que la vida es maravillosa si se sabe vivir bien.
“Hay tanta belleza en el mundo, no hay razón para tener miedo de nada…”
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Lady Hazelnut -