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Una árida estación blanca. Euzhan Palcy, 1987

Una árida estación blanca. Euzhan Palcy, 1987

Sudáfrica, años setenta. El prestigioso profesor Ben du Toit ha vivido toda su vida aislado de los horrores e injusticias del apartheid y la discriminación racial de su país natal. Nunca se ha querido inmiscuir. Cuando el hijo de su jardinero es arrestado y golpeado por protestar en Soweto, Ben se limita a pensar que la policía tiene sus razones. Tras una segunda detención, el chico desaparece. Ben promete ayuda al preocupado padre, pero la verdad que descubre no le gustará.

El apartheid fue una política de segregación racial practicada en la República de Sudáfrica. El término apartheid significa “separación” y describe la rígida división racial entre la minoría blanca gobernante y la mayoría negra. En Junio de 1976, la policía provocó varias muertes entre estudiantes negros que se manifestaban pacíficamente. Además del incidente, sus peticiones fueron ignoradas por el gobierno, por lo que las protestas desencadenaron reivindicaciones aún más serias y Soweto fue objeto de disturbios, incendios y muertes que más tarde se extendieron a otras partes de la población. En Septiembre de 1977 Stephen Biko, fundador del movimiento “Conciencia Negra”, murió por haber sido objeto de malos tratos por parte de la policía. 

Una árida estación blanca es una película valiente y necesaria. Pero esta no fue la primera película dedicada a revisar el sinsentido del apartheid; en la década de los 80 se realizaron Grita libertad de  Richard Attenborough (ya comentada en este blog), Un mundo aparte (Chris Menges) y La fuerza de uno (John G. Avildsen), esta última muy interesante al tratar el tema de la doble discriminación, hacia los negros y entre los propios blancos, distinguiendo a los afrikaners (descendientes de holandeses, franceses y alemanes) y los ingleses.  

La acción de Una árida estación blanca en concreto se sitúa en 1976, fecha de la manifestación de estudiantes de raza negra, en la que supuestamente toma parte el chico al que alude la película. Este es el hecho histórico del que parte la novela de André Brink, base del guión, que narra la evolución del protagonista blanco y su proceso de solidaridad y compromiso desde unas posturas iniciales de neutralidad e indiferencia hasta su implicación en los problemas y reivindicaciones de la población de color. Es decir, la historia gira en torno a un único tema: la toma de conciencia de la injusta estratificación social en Sudáfrica. 

Es una película visualmente estructurada en base al plano – contraplano. El recurso actúa así como metáfora del enfrentamiento entre los dos mundos. Así, por ejemplo, en la escena de la manifestación, confrontando la imagen de los estudiantes con la de los policías armados. O de los testigos y el abogado durante el juicio. También tienen gran importancia los primeros planos, para observar cómo se reflejan los acontecimientos en el rostro de du Toit (confusión, incredulidad, impotencia, determinación, tristeza). Y los planos de detalle: las firmas de los testigos, el escondite de estas declaraciones, la portada de los periódicos, la llave del coche del policía en la escena final.  

El de Donald Sutherland es, sin duda, el personaje más interesante y más rico en matices. No en vano, es el que presenta la evolución psicológica más completa. El hijo de este personaje también es interesante porque representa la esperanza. Se ha criado con jugando con niños de color y, por tanto, esa amistad era algo natural para él. Encuentra absurdo la diferenciación y se enorgullece que su padre la combata. En cuanto al resto de los personajes, si bien todas las actuaciones son más que correctas, presentan unos perfiles más claros, más estereotipados. Los demás familiares del profesor du Toit son claramente partidarios del apartheid. Susan Sarandon, por su parte, interpreta a una periodista que aún tiene ganas de luchar pero que ya ha perdido la capacidad de sorprenderse. Y Marlon Brandon, soberbio, es un abogado de buen corazón demasiado cansado y decepcionado del sistema y la justicia. 

La moraleja que se desprende de esta película es que el color de la piel es algo circunstancial, y se puede convivir en igualdad de condiciones y en paz, tal como hacían los dos niños al principio de la película, jugando en el jardín mientras los créditos se sobre imponían en la pantalla.

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