El sargento negro. John Ford, 1960
Tras la guerra de Secesión en los desolados territorios del estado de Arizona, algunos hombres de color son admitidos como soldados. Entre éstos se encuentra el sargento Rutledge, con una brillante hoja de servicios en su lucha contra las tribus indias. El sargento comparece ante un tribunal militar, acusado de haber violado y asesinado de una joven blanca.
La crítica considera El sargento negro como una película menor de John Ford, pero yo no estoy en absoluto de acuerdo con tal afirmación. Primero, porque es un regreso (más duro y directo, eso si) a la marginación racial que Ford ya había mostrado en otras películas suyas, como por ejemplo La legión invencible (1949) o Centauros del desierto (1956), en las que, a pesar de la aparente indiferencia hacia el exterminio racial de las tribus indias, Ford inicia un camino de reflexión sobre la tragedia humana más allá de la distancia entre etnias. En segundo lugar, por el uso narrativo, increíblemente fluido, de los flashbacks. Y en tercer lugar por la superación de los géneros cinematográficos, uniendo de forma verosímil el western con el cine de juzgados.
Ford fue uno de los primeros directores que dedico una película completa a reconocer y ensalzar la figura de los soldados de color en el ejercito norteamericano. Aquí el Ejército se muestra como una familia integradora, una oportunidad para superar las absurdas diferencias raciales. El sargento negro fue entendida así por su protagonista Woody Strode, que se sentía orgulloso de su participación en esta película: “Nunca antes se vio a un negro bajar por la montaña como si fuera John Wayne. Tuve el mayor himno cruzando el Río Pecos, llevaba a toda la raza negra a través del río”. Woody Strode trabajó siempre en papeles de mucho estar y poco hablar; lo que se exigía de él era su porte majestuoso (por ejemplo, en Espartaco, de Stanley Kubrick).
Jeffrey Hunter interpreta al Teniente Cantrell, el único blanco de todo el Fuerte que cree en la inocencia del sargento y que está dispuesto a comprometerse en su defensa. En una interpretación desde luego correcta, pero desde mi punto de vista empalidece al lado del papel desempeñado por Woody Strode. En cuanto al elenco de personajes secundarios, si bien presentan unas personalidades bien definidas y trabajadas (a destacar toques de fino humor en algunos personajes), suelen presentar todos un rasgo común: son racistas. Toleran (que no “admiten”) al 9º de Caballería pero no dudan de su culpabilidad si surgen los problemas.
Al final de la película, mientras sonaba el tema musical, la soberbia silueta de un militar (negro) del Ejército de EE.UU se recortaba, con un contrapicado heroico, contra el mítico crepúsculo fordiano. Todo en esta película tenía carácter de leyenda. Y el mensaje que los espectadores norteamericanos extraían de ella venía a ser algo así como: “También los hombres negros han contribuido a la construcción de este país”, es decir, que las diferencias raciales dejaban de tener sentido en la civilización moderna. Esa es precisamente la lección que debemos extrapolar de esta película.
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