UMBERTO D. Vittorio de Sica, 1952
Umberto es viejo. No tiene hijos ni familia alguna. Está solo. Triste. La pensión ya no le alcanza para vivir. Su hogar es un mustio cuarto que alquila desde hace veinte años en una casona, cuya dueña ahora amenaza con dejarlo en la calle si no paga la renta adeudada. Desesperado, trata de vender su reloj, sus pocos y preciados libros, su maletín… ya nada le queda, salvo la compañía de su pequeño perro, y el afecto sincero de Maria, la jovencísima asistenta de la pensión. ¿Cómo preservar la dignidad en un contexto tan denigrante?
Umberto D es una de las películas más representativas del Neorrealismo, movimiento cinematográfico que surgió en Italia al término de la II Guerra Mundial.
La principal característica del Neorrealismo es que representa la vida de cada día, a mitad de camino entre relato y documental, muchas veces con personas reales en lugar de actores profesionales. Sin ir más lejos, quien encarna al protagonista de Umberto D es Carlo Battisti, un profesor de filosofía de 70 años a quien De Sica conoció por azar al asistir a una conferencia en Roma. Aunque para Battisti no fue nada fácil recordar las líneas de diálogo durante el rodaje, lo cierto es que su Umberto es hoy una de las creaciones más entrañables del cine italiano.
Otro rasgo sobresaliente del Neorrealismo es el lúcido análisis de los hechos, con una crítica abierta a la crueldad o a la indiferencia de la autoridad constituida. Con una puesta en escena increíblemente sobria, Umberto D es un homenaje a toda una generación marcada por una sociedad que aún curaba sus heridas de guerra. Es la vida de un hombre, pero que se erige en arquetipo de la soledad, la falta de recursos y la tremenda ausencia de solidaridad e indiferencia de los demás. La película cuenta todo esto a través de las cosas más insignificantes y cotidianas y eso es precisamente su valor: no se cuenta nada excepcional, sino el día a día de este hombre. Es la forma más rotunda de denunciar algo pese a que no lo parezca.
La película está repleta de detalles sutiles pero esclarecedores, empezando por el propio Umberto, que aprovecha cualquier situación para mostrar orgulloso su reloj como teórica prueba de no tener problemas económicos. O la actitud de sus amigos, que le rehuyen en cuanto intuyen la petición de ayuda. También resulta estremecedora la secuencia en la que Umberto simula estar enfermo para poder ingresar unos días en el hospital y así poder comer. El desalojo final recibido de su casera lo postra en el abatimiento más profundo. Al no ver otra solución, Umberto decide suicidarse arrojándose al paso de un tren. Pero Flik, asustado por el ruido, se zafa de sus brazos y escapa. Arrepentido por ello, Umberto da media vuelta para buscarle y reconciliarse con él.
Umberto D es un retrato de los miles de Umbertos D que hay aún en el mundo. De todos aquellos que al final, cuando ya no son “útiles”, se les olvida y se les da la espalda. Esta película hace reparar en la enorme necesidad que tiene el ser humano de recibir, pero sobre todo de dar un poco más de si mismo.
La secuencia final, Umberto alejándose con su perro por el camino (en un guiño a la famosa imagen del entrañable vagabundo de Charlot) lanza, al menos, un mensaje esperanzador: el creer que habrá un mejor mañana da fuerzas para seguir adelante.
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