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Antoine y Colette, “El amor a los 20 años”. François Truffaut, 1962

Antoine y Colette, “El amor a los 20 años”. François Truffaut, 1962

Esta película supone el regreso a la gran pantalla de Antoine Doinel, uno de los personajes más carismáticos del cine europeo. Antoine, alter ego cinematográfico del propio Truffaut, fue el protagonista del largometraje “Los 400 golpes”, quizá la película más representativa de la Nouvelle Vague, y ya comentada en este blog.

 

En realidad, este regreso de Antoine es un cortometraje inserto en un proyecto más ambicioso: un conjunto de historias, rodadas por diferentes directores (Truffaut, Shintaro Ishihara, Rosellini y Marcel Orphus), sobre cómo se ve y se siente el amor durante la juventud. Por cierto, que este sistema de “obra múltiple” ha sido retomado en más ocasiones en la historia del cine; sin ir más lejos, la reciente “New York, I love you”. Pero ese ya sería otro tema…

 

En “Antoine y Colette” nos encontramos a un Antoine joven que trabaja en una fábrica de discos.  En un concierto conoce a Colette, una hermosa joven. Se enamora irremediablemente de ella y trata de conquistarla pero sin éxito.

 

Recordemos que “el ciclo Doinel” está compuesto por varias películas, que narraron desde sus años mozos (“Los 400 golpes” y esta “Antoine et Colette”) hasta su difícil madurez (“Besos robados”, “Domicilio conyugal”) cuando termina por convertirse en un divorciado casquivano (“El amor en fuga”). Sin embargo, viendo el conjunto de la obra, se observa que el Antoine más maduro fue precisamente el primero, el niño rebelde, y que el Antoine adulto, es inseguro, emocionalmente inestable y egoísta, un eterno adolescente que intenta, con grandes dificultades, establecer una buena y duradera relación con las mujeres y la sociedad en general, pero que es incapaz de conseguirlo y se resigna a ello.

 

Sólo la primera película de la serie Doinel es un drama; el resto están tratadas con un cierto toque de comedia ligera, más o menos elegante y discreto (nunca se provoca la carcajada abierta pero si la sonrisa pícara). Pero la trama se enriquece desde el momento en que Truffaut completa esa mirada casi infantil con un sabor amargo del que es incapaz de desprenderse; por más que se aleje de la autobiografía, de París o del blanco y negro (rasgos de estilo que casi desaparecieron en sus últimas etapas) Truffaut no conseguirá nunca ser optimista. Por eso, los dos adolescentes de esta película –como, en realidad, todos sus personajes- son seres perdidos, incapaces de huir y en la que sólo el mundo fantástico de la literatura o la música sirven de asidero al que aferrarse.

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