Vivir (Akira Kurosawa, 1952)
Watanabe es un funcionario apático, cuya vida gira únicamente alrededor de su monótono e insustancial trabajo. Hasta que los médicos le diagnostican un cáncer muy avanzado. A partir de entonces lo que Kurosawa filma es una reflexión acerca de cómo proporcionar un sentido a la existencia, así como de la búsqueda de una redención que nos permita irnos tranquilos de este mundo.
Comentaba José Enrique Monterde, en el dossier dedicado por la revista “Nosferatu” al cineasta japonés que, “en Vivir (…) deberíamos remitirnos a otra película de De Sica-Zavattini, Umberto D (también de 1952) con la que tiene ciertas concomitancias”. A pesar de las obvias diferencias que presentan cada uno de ellas (de forma muy evidente, el tono más optimista del filme nipón, en contraposición a una visión fatalista y derrotista del italiano) hay una serie de características comunes que los encauzan hacia un discurso parecido y decididamente devastador. Para empezar, sus protagonistas son hombres de avanzada edad, cuyo ciclo laboral parece haberse cerrado por su longevidad, y que deben adecuarse al insignificante papel que les reserva la exigente sociedad actual. Sobre ellos planea la sombra de la resignación, y con gran escepticismo vital se enfrentan al futuro. Además, ambos largometrajes se encuadran en una corriente “realista”, desde el marco social del Japón de posguerra en Vivir a la adscripción neorrealista de Umberto D.
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