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Cine Histórico

El Cid. Anthony Mann, 1961

El Cid. Anthony Mann, 1961

Dedicamos el post de esta semana a la película con la que Hollywood rindió homenaje a uno de los grandes héroes de la literatura española. Eso si, desde su particular visión y estilo. Históricamente no puedo defenderla, ya que en muchas ocasiones falsea la historia a su antojo y está llena de anacronismos; sin embargo en conjunto deja un buen sabor de boca, mantiene aún su esplendor y fascinación y recrea la historia medieval con un estilo que adopta ciertos códigos del western.

 

“El Cid”, primer largometraje de la factoría Bronston, tiene varios elementos que ayudan a que la película sea buena: la fantástica banda sonora de Miklós Rózsa (responsable también de la música de “Ben-Hur”, por ejemplo), y la magnifica ambientación (decorados, localizaciones, vestuarios...).


Además, la cinta contó con un reparto de lujo, encabezado por un genial Charlton Heston en estado de gracia. Sin él, esta película no hubiera sido la misma. Sophia Loren, que interpreta a Doña Jimena, no está tan lúcida. Y es que entre las actrices, la mejor actuación es la de Geneviève Page (Doña Urraca).

                                                                                      

Curiosamente, el propio Charlton Heston en su autobiografía parece no estar totalmente satisfecho con el resultado final de la película. Sugiere que si la hubiera dirigido William Wyler sería la mejor película histórica jamás realizada. Probablemente la causa de esta crítica se deba a la  debilidad de la trama amorosa en pantalla, porque Mann no se maneja bien con las secuencias románticas, aunque está claro que es un experto en escenas épicas.

 

En cualquier caso, es un buen entretenimiento para una larga tarde de domingo.

En busca del fuego. Jean Jacques Annaud, 1981

En busca del fuego. Jean Jacques Annaud, 1981

La prehistoria contada desde el punto de vista de tres tribus de homínidos en diferentes estadios de la evolución que buscan cómo conseguir fuego. Una aventura de proporciones épicas con una magistral ambientación. 

Rodeado de antropólogos y arqueólogos, Annaud basa su película en la ciencia para recrear los primeros pasos del hombre en la Tierra y se deja llevar por la imaginación científica en aquellos aspectos donde los yacimientos arqueológicos aún no habían llegado en su época. Por ejemplo, la convivencia de diferentes clases de homínidos se ha demostrado con el tiempo y otros aspectos como el desarrollo intelectual muy posiblemente fue así como se dieron.

Pero la película no es sólo ciencia, es espectáculo y mensaje. Ver como el hombre se hace hombre, como descubre el amor, la risa y la ironía. Con el paso de los minutos te vas descubriendo como persona y ves la magia de lo que nos hace únicos y de lo que hace único al cine (arte es imagen, imagen es sentimiento y sentimiento es el hombre).  Solo por esto y por la característica exposición de la naturaleza en estado puro de Jean-Jacques Anaud, con escenarios totalmente reales y siempre espectaculares y, con el comportamiento de los personajes, tan naturales como el paisaje que les rodea, hacen de este film una joya indispensable. 

“En busca del fuego” no es documental, aunque pudiera parecerlo. Es una película muy entretenida de principio a fin, una superproducción impecable por su puesta en escena. Lo que Annaud consigue aquí es más difícil de lo que parece: contar una historia de forma coherente, clara y muy amena sin que ningún personaje articule una sola palabra comprensible (los diálogos son de un lenguaje creado por Anthony Burgess y el lenguaje corporal fue diseñado por Desmond Morris).

El hombre que pudo reinar. John Huston, 1975

El hombre que pudo reinar. John Huston, 1975

Danny Dravo y Peachy Carnehan son dos aventureros en la India de 1880. Sobreviven gracias al contrabando de armas, de mercancías y otras dudosas actividades. Un día deciden hacer fortuna en el legendario reino de Kafiristán, más allá del Himalaya. Cuando al fin alcanzan su meta, lo hacen justo a tiempo para salvar a un pueblo de sus asaltantes. 

“El hombre que pudo reinar” es el último clásico del cine de aventuras. Rodada en Marruecos y con miles de extras, se trata de un retrato perfecto, y en gran medida satírico, de la época del imperialismo colonial inglés, todo ello envuelto en unas bellísimas imágenes. 

Una nueva incursión de John Huston en el terreno de los personajes perdedores y desengañados, que se alimentan de ilusiones y de dignidad; la escena en la que el personaje interpretado por Sean Connery carga en solitario contra el ejército contrario es una escena que, a pesar del absurdo, mantiene el encanto por su arrojo, tenacidad y surrealismo.

El hombre que pudo reinar” es quizás la mejor adaptación de una obra de Kipling al cine. Y uno de los más brillantes trabajos de Huston detrás de las cámaras.

Intolerancia. D.W.Griffith, 1916

Intolerancia. D.W.Griffith, 1916

Las fuertes críticas que recibió la película “El nacimiento de una nación” provocó que su director, D.W.Griffith se “auto-defendiera” realizando esta película. 

Si “El nacimiento de una nación” fue la primera película en la que se configuró el sistema narrativo “clásico” tal como lo entendemos hoy día, en Intolerancia Griffith rompe ese sistema que él mismo había creado para ofrecernos una película absolutamente progresista y vanguardista: incluso comparada con producciones actuales, Intolerancia supera a muchas películas.


La caída de Babilonia, la muerte de Cristo, la matanza de los hugonotes durante la noche de San Bartolomé en Francia y la América industrial de principios del siglo XX, son los marcos históricos de los cuatro capítulos paralelos (y mostrados simultáneamente) que conforman la película y que tienen como nexo argumental la intolerancia, religiosa o moral, padecida por los personajes de cada uno de ellos. Para enlazar las distintas escenas, Griffith se sirve de una imagen alegórica inspirada en poemas de Walt Whitman: una mujer meciendo una cuna, metáfora del amor intemporal a lo largo de todos los tiempos.


Fueron rodadas 76 horas de metraje, aunque el montaje final quedó reducido a 3 horas y 40 minutos. A pesar de su enorme trascendencia para la Historia del Cine, la película no gozó del favor del público, pues en su época se consideró una producción demasiado intelectualizada. Además la idea pacifista que se desprende del film hizo que fuera prohibida en Europa durante la I Guerra Mundial.

Becket. Peter Glenville, 1964

Becket. Peter Glenville, 1964

Inglaterra, siglo XII, Enrique II obliga al clero a pagar tributos para defender su reino. El enfrentamiento que esto causa obliga al rey a tomar una solución drástica que cree ingeniosa: nombrar a su sirviente y guardasellos real, Thomas Becket, como arzobispo de Canterbury, creyendo que así que el estamento eclesiástico se plegaría a sus deseos. Sin embargo, el monarca pronto descubrirá que Becket se toma muy en serio su papel.

 

Basada en una obra teatral de Jean Anouilh, esta película está realizada con el tradicional esmero que pone la cinematografía británica cuando aborda algún pasaje histórico de este país.


La película tiene múltiples puntos fuertes, como el vestuario, la fotografía, la música, o el propio guión (con unos diálogos que derrochan fuerza, humor, ironía y contundencia). Pero debemos destacar, sobre todo, las interpretaciones de Peter O’toole y Richard Burton. Peter O’toole le toma la medida a su personaje regio y nos trae, desde los libros de Historia, a un Enrique II absolutamente creíble y convincente. Tan creíble que le volvería a dar vida poco después en la magnífica película “El león en invierno” (1968). También haremos mención a John Gielgud, más que correcto como rey de Francia.

 

El segundo punto fuerte son, como no, los decorados. Becket nos permite disfrutar de varias escenas filmadas en la propia Catedral de Canterbury. Dicha catedral empezó a construirse en estilo Románico en 1070. Hoy resulta un edificio de aspecto marcadamente Gótico, pues fue reformada según este lenguaje tras el incendio de 1174. Sin embargo, del plan Románico original aún se conservan varias partes importantes, como los capiteles esculpidos de la cripta.

Como anécdota, os contaré un capítulo oscuro en la historia de esta catedral: la decapitación del auténtico Thomas Becket en la esquina nordeste del interior del complejo el domingo, 29 de diciembre de 1170. Según la leyenda, unos guardias oyeron por casualidad al rey Enrique II quejándose de Becket (“¿Quién me librará de este sacerdote indiscreto?”) tras un enfrentamiento entre ambos. Los guardias interpretaron estas palabras literalmente y asesinaron a Becket. Que por cierto, no fue el único obispo de Canterbury asesinado...

 

 

La caída del Imperio Romano. Anthony Mann, 1964

La caída del Imperio Romano. Anthony Mann, 1964

Tanto "La caída del imperio romano" como la más reciente "Gladiator" inician su historia con la transición del emperador Marco Aurelio a su hijo Cómodo. Ambas películas manipulan la historia y especulan sobre una posible conspiración, en la primera perpetrada por algunos generales y en la segunda por el propio Cómodo. Lo cierto es que, Marco Aurelio murió a causa de su precaria salud durante la campaña contra los marcomanos (uno de los pueblos germanos). De hecho, él mismo presentó ante los soldados a Cómodo como nuevo emperador. Y, aunque también es cierto que Cómodo era aficionado a los combates de gladiadores y que más de una vez bajó a la arena para luchar contra alguno de ellos (previamente drogado o desarmado), no murió en un combate, sino estrangulado mientras dormía.

 

Aclarado este punto, hablaremos ahora de “La caída del Imperio Romano”, una de las películas de la factoría Bronston rodadas en España (junto con “El Cid”) y en la que los extras fueron interpretados por los habitantes de los alrededores.

 

El argumento, por fortuna, no se pierde en la magnitud del film y el reparto está bien ajustado. A este respecto debemos destacar, más que a la pareja protagonista (Sophia Loren y Stephen Boyd), a varios secundarios: un jovencísimo Christopher Plummer en el papel de Cómodo y los impagables Alec Guiness y James Mason, acompañados en todo momento por una interesante banda sonora de Tiomkin y el trabajo de fotografía de un grande como Robert Krasker.

 

A esto se une el talento de Mann para sacar partido del elemento paisajístico como parte del drama y un notable sentido del entretenimiento: son célebres las distintas escenas de batallas o la carrera de Livio y Cómodo en cuadrigas. Naturalmente, uno de los puntos fuertes son los decorados, con unas impresionantes vistas de la ciudad de Roma, sus calles, el templo de Júpiter, el edificio del Senado…

 
El resultado es un buen espectáculo cinematográfico que merece el visionado.